El investigador de la Fundación Piensa, Pedro Fierro, señala que el abandono territorial y el hastío que produce explicarían –en parte– el desinterés en el nuevo proceso constitucional. Así, zonas olvidadas, como la parte alta de Viña del Mar y Valparaíso, estarían siendo el baluarte del populismo.
Aun con un anteproyecto que recién vio la luz y un Consejo apenas inaugurado, las últimas encuestas revelan que los votantes ya tienen una decisión tomada. Desde los sondeos preliminares, la próxima elección que definiría el futuro constitucional pareciera que no se definiría por el contenido de la propuesta, sino por todo lo contrario: por la desafección por el proceso, y según el investigador de la Fundación Piensa, Pedro Fierro, por el cansancio sobre la política.
Según Cadem, el 48% de los electores se manifestaría “en contra” del nuevo texto; Criteria, por su parte, mostró que sólo un 31% de los chilenos mantiene su interés en este segundo intento sobre la Carta Magna.
Este nuevo escenario político exige un nuevo prisma de observación, y en esa línea, Fierro apunta a que el análisis debe ser territorial. Mirándolo desde la Región de Valparaíso, sostiene que lo que está primando es la “geografía del descontento”, un concepto que alude a que hay zonas olvidadas –que no deben confundirse con los sectores con mayor pobreza– donde los discursos populistas conectan con el cansancio que acarrea el abandono.
Este fenómeno es justamente el que el investigador Piensa está abordando en su próximo libro a publicar. Según sostiene, la tesis que ha sido puesta a prueba alrededor del mundo sobre las características de los lugares en que se gestan las narrativas electorales exitosas, tendría cabida en Chile y sus barrios.
—¿Qué implica el «abandono» con el que se cataloga a ciertos lugares? ¿Cuáles sectores de la zona caerían en esta clasificación?
Cuando hablo de abandono no necesariamente me refiero a lugares pobres, sino más bien a ciertos barrios que, aún alcanzando un nivel socioeconómico medio o alto, sienten que el sistema no responde ante sus demandas legítimas. En la Región de Valparaíso, que me ha tocado estudiar, no corresponden a los abundantes campamentos y asentamientos informales—mucho de los cuales suelen ser acompañados por la institucionalidad—sino a otros sectores de la parta alta de Viña del Mar y la zona puerto.
Ahora, quizás se hace más fácil apreciar esta idea del abandono a nivel interregional. Nuestras zonas limítrofes del norte y la Araucanía son buenos ejemplos para ello. Lugares que se han sentido desde hace ya algún tiempo dejados a su suerte. El punto es que esas zonas tienen el potencial de convertirse en bastiones de narrativas filo-populistas que conectan con la frustración y el resentimiento político acumulado durante estos últimos años.
—En la región, la lista del Partido Republicano consiguió el 37% de los votos, ¿cómo se explica este comportamiento electoral en función de los fenómenos que has estudiado?
Por cierto que es bien difícil y aventurado reducir ese fenómeno a solo una explicación. Hay varios aspectos que pudieron influir en ese resultado. Ahora, pensar que ese 37% de votantes es de derecha me parece un error. Si se asume esa realidad, creo que se darán discusiones sinceras y relevantes en aquel sector.
Es evidente que una parte significativa del votante republicano se siente comprometido con el conservadurismo y con las ideas “guzmanianas” que promueven, pero también me parece razonable pensar que su triunfo se explica por haber conectado con ciertas preocupaciones que se escapan del clivaje tradicional de izquierdas y derechas. Y aquí no me refiero solo a seguridad—que por cierto que también pudo haber sido un factor relevante—, sino también al hastío, a la desconfianza y a la frustración que siente parte importante de la población.
Allí es donde creo que el Partido Republicano hizo sentido, en personas y lugares que se sienten constantemente dejados atrás y olvidados por quienes han gobernado las últimas décadas. El problema, claro, es que esa narrativa que conecta con esos grupos puede traer dividendos hoy, pero también puede ser bastante peligrosa en función de los desafíos democráticos que enfrentamos en el largo plazo.
—¿Esta lógica también se expresa en el desinterés por el proceso constituyente?
Por cierto. Desde el proceso pasado veníamos advirtiendo, con datos en mano, que solo un tercio de los habitantes se declaraba informado sobre los debates constitucionales y que menos de la mitad se encontraba interesado. Esta es una realidad que solo se ha acrecentado y con la que deberán convivir los nuevos consejeros. Ya no existe el furor constitucional del 2020. En parte, el estrés electoral y la sensación de abandono han hecho lo suyo.
Pero también es cierto que hay muchos otros factores que debiesen ser considerados como elementos relevantes a la hora de explicar ese desinterés. Esto es especialmente complejo porque, en el marco de esa desafección, el desafío de nuestras autoridades es ofrecer un documento que no solo sea aprobado en lo material, sino que también apropiado en lo emocional. Tiendo a pensar que solo si pasa eso podríamos hablar de un proceso constitucional exitoso.
—En ese sentido, ¿cómo se lee el que, según Cadem, ya un 48% de la población tiene decidido manifestarse en contra del nuevo texto aun cuando los consejeros recién inician su trabajo?
Creo que está relacionado con lo anterior. A diferencia del debate constitucional, el plebiscito no necesariamente estará enfocado en los asuntos materiales. Para una parte relevante de ese 48%, lo que estarán buscando en las próximas semanas será simplemente información que pueda reafirmar una decisión que ya tomaron en base a sus experiencias pasadas y sus emociones frente al desafío que vivimos. Por lo mismo, se trata de un partido que comenzamos perdiendo 2-0. ¿Se puede dar vuelta? Por cierto. Y ese, de hecho, será el principal desafío de los consejeros—incluyendo republicanos—que busquen concluir de buena forma este episodio constituyente.