Ignacio Guerra tiene 24 años, y vive, junto a su mamá, en Quintero. Pero durante muchos años, debido a alteraciones graves en sus maxilares, tuvo no solo problemas para respirar, comer y comunicarse, sino que también sufrió bullying y su autoestima se vio muy afectada.
Por eso, cuando tras varios años de insistencia y preparación, se convirtió en el primer paciente del Hospital Dr. Gustavo Fricke SSVQ en realizarse una cirugía ortognática que le cambió la vida. El Dr. Marco Nasi, cirujano maxilofacial del establecimiento que intervino a Ignacio, explica que ésta “es una cirugía que tiene una misión, que es restituir la funcionalidad de pacientes que tienen alteraciones de sus maxilares. Estas alteraciones muchas veces hacen evidenciar también un desequilibrio en la armonía facial, donde el mentón o la mandíbula son muy prominentes, y en otras oportunidades no, generando algunas asimetrías faciales y malas mordidas”.
El especialista agrega que la cirugía tiene tres grandes objetivos desde el punto de vista clínico: “El primer objetivo es devolver una oclusión estable para que el paciente pueda funcionar bien con su mordida. El segundo, es reposicionar las bases óseas de los maxilares para tener una articulación y una movilidad mandibular adecuada; y el tercero, es generar una armonía entre las bases óseas, la mordida y la cara del paciente. Yo creo que los pacientes se merecen la oportunidad de generarse un cambio en su vida”.
Pero este tipo de intervenciones se puede realizar solamente cuando el paciente ha finalizado su crecimiento óseo, entre los 18 y los 20 años. Tal como lo cuenta el propio Ignacio, “yo empecé aquí como a los ocho años. Y después ese tratamiento lo dejé porque siempre me decían que eso no iba a ser posible, que era muy difícil operarme. Y después lo retomamos de nuevo y empecé con el tratamiento. Primero fueron los frenillos, estuve como cinco años, luego ya ahí fue avanzando el tema, después vino una pandemia y se retrasó el tema más todavía, hasta que llegó el día de la cirugía. Llegó el día que tanto estaba esperando, que tanto quería yo en mi vida, porque por temas de poder hablar mejor, la autoestima, el poder comer bien, el poder respirar mejor, todo eso me afectaba por mi problema en la mandíbula”.
Tal como lo señala el Dr. Nasi, “psicológicamente, estos pacientes están golpeados. Hay pacientes que esconden su sonrisa, hay pacientes que no sonríen, simplemente, y creo que estas cirugías contribuyen integralmente a que el paciente se pueda reinsertar de buena manera, ya sea en su vida como estudiante, como trabajador o ambas, como es el caso de Ignacio; siempre se veía con cara muy tímida y hoy día lo vemos sonriendo y a una mamá muy contenta”.
Y precisamente, la persona que más luchó para llegar a este día fue su mamá, Mirta Antillanca: “Yo sé lo que mi hijo vivió cuando era niño. Entonces yo era una mujer muy infeliz cuando lo veía a él sufrir, que a él hacían bullying, que no podía hablar bien, incluso después, de adulto, él decía que cuando trabajaba por ahí los compañeros le buscaban conversación, pero no le entendían lo que hablaba. Entonces, ahora mejoró totalmente eso, ahora habla con confianza, se ríe feliz, lo que yo no veía antes. Toda su adolescencia la pasó muy mal. Ojalá la gente que no tenga los recursos, también puedan darle una oportunidad en el Hospital, en la Salud Pública”.
A esta cirugía, con un costo en el extrasistema de entre 10 y 20 millones de pesos, se debe sumar el extenso tratamiento de un costo cercano a los 3 millones de pesos, el apoyo kinésico y de fonoaudiología e incluso de un software aportado por la Universidad de Valparaíso para facilitar la planificación de la cirugía, que en total tomó cerca de dos años.
Rosa Muente, ortodoncista del Servicio de Odontología del Hospital Fricke, y su tratante desde la infancia, señala que “la historia de Ignacio no es una historia que no vaya a poder observarse en otro lugar de nuestro servicio, porque son niños que crecen con una desarmonía dento maxilar que va más allá de solamente corregir posición de dientes, sino que son pacientes que tienen una mala forma de morder porque tienen en mala posición sus huesos. Entonces, la ortodoncia queda chica. No es posible poder corregir la malformación que tiene el paciente si yo no tengo un cirujano de lado para poder realizar un tratamiento de mayor complejidad”.
“Lo que le queda a Ignacio – agrega la Dra. Muente – es que cuando uno realiza este tipo de tratamiento, uno parte con ortodoncia, hay un momento de quiebre donde se hace la cirugía y ahora quedan unos meses más de ortodoncia posquirúrgica, en la cual tenemos que terminar de alinear y conformar su forma de morder. Ya es como un tratamiento de ortodoncia tradicional, como el que puede optar cualquier persona. Y yo espero, ojalá dentro de un plazo de unos 6 a 8 meses como máximo, darlo de alta”.
Finalmente, para este joven paciente “una operación de esta magnitud que me dan en la salud pública para mí es tremendo. Algo que yo jamás podría haber costeado con la vida que yo vivo. No tengo los medios para una cirugía de esta magnitud. La salud pública ha sido lo mejor para mí. Ahora me río con confianza, hablo con más confianza. Tengo más confianza en mí también. Como que ya no tengo un peso encima de mi aspecto o cosas así. Como que no tengo nada que me limite. Ahora vivo más tranquilo, mejor conmigo mismo, más feliz, todo sentido”.