Con el apoyo de Haka Honu y Royal Guard, una expedición de surfistas fue en búsqueda de uno de los grandes mitos de la Patagonia chilena. La existencia de la Cueva Infernal, motivo de diversas teorías entre exploradores e historiadores, también es una obsesión para los surfistas que buscan experiencias extremas. De ahí la relevancia internacional de la expedición organizada por Benjamín Molina, Manuel Sigren y Andrés Pérez en las gélidas aguas del Pacífico Sur.
En un viaje de 10 días, los tres amigos vivieron experiencias inolvidables mientras rastreaban y corrían olas que nadie ha surfeado en la historia. Todos los detalles de esta arriesgada travesía por los canales de la Patagonia chilena, donde la mitología y los sueños se fundieron con paisajes alucinantes, aparecen en el libro y documental que se lanzará el próximo 18 de octubre.
La génesis de este proyecto se remonta hace seis años en Santiago, cuando Benjamín Molina, Manuel Sigren y Andrés Pérez buscaban olas para surfear en el sur a través de imágenes satelitales. Su objetivo era descubrir la ubicación de estas olas escondidas en la Patagonia. Así, llegaron a la península de Taitao que emerge al sur del archipiélago de los Chonos y al norte del golfo de Penas en Aysén. Un territorio mítico para los navegantes de todo tipo de embarcaciones. Sus condiciones extremas de oleajes y vientos guardan historias de naufragios e incontables relatos de la furia del mar en esas latitudes.
Considerado uno de los lugares menos explorados del país, Taitao es reconocido por sus fuertes vientos, intensas lluvias y corrientes tormentosas. Fueron precisamente esas condiciones extremas, las que motivaron a Haka Honu a sumarse a la ambiciosa expedición que a través del libro y la película logra inmortalizar la adrenalina de estar surfeando y navegando en uno de los rincones más indómitos de la Patagonia.
Reseña Histórica
Según los registros históricos, en octubre de 1553, Pedro de Valdivia envió a Francisco de Ulloa a explorar la costa sur de Chile y tomar posesión del estrecho de Magallanes. Junto a su tripulación, fue el primer occidental en navegar por el archipiélago de los Chonos y los canales que rodean la península de Taitao. Ahí se enfrentó al mal tiempo y a los chonos, nativos nómades marisqueros, pescadores y cazadores. Pero había en el lugar, algo que motivo a cuatro años más tarde una expedición liderada por Juan Ladrillero regresara para constatar la presencia de una gran caverna, a la que llamó Caverna Infernal.
La Expedición
Medio siglo después, la magia del lugar y la determinación de tres amigos por cumplir el sueño de surfear en uno destinos más difíciles del mundo, rindió sus frutos. En mayo de 2017, Benjamín Molina, Manuel Sigren y Andrés Pérez buscaron Haka Honu, para sumarse a la expedición que exploraba los rincones más inaccesibles de la costa patagónica.
Con la ayuda de Sandra Maldonado, administradora de la gobernación provincial de Aysén, los expedicionarios sumaron a Robin Westcott, dueño del «Noctiluca», un barco, de ciprés de las Guaitecas, en el que ofrece turismo de lujo que se sumó al desafío de comprobar la existencia de la misteriosa Cueva Infernal, que se había convertido en un mito entre los navegantes y quedaba, según los relatos de la expedición de Juan Ladrillero, en la zona que querían explorar estos tres amantes de los deportes y la naturaleza.
Apoyados por Haka Honu y Royal Guard, Benja, Manuel y Andrés partieron el 1º de mayo de 2018 en avión hacia Balmaceda. Ese mismo día zarparon desde Puerto Aysén en el «Noctiluca», capitaneado por René Contreras, experimentado hombre de mar. En la embarcación también iban Cristóbal Campos, fundador de Haka Honu; Ismael Herrera, surfista de la marca; Jorge Barros, cocinero; Nicolás Subercaseaux, maquinista; Mateo Barrenengoa, Pablo Jiménez y Pancho Herrera, encargados del registro fotográfico y audiovisual, y Robin Westcott.
Si bien no se conocían, la buena relación entre los miembros del grupo se dio inmediatamente. «En el momento número uno nos dimos cuenta que había buena onda; cada uno aportaba con lo suyo de una manera muy orgánica», dice Benjamín. Un aspecto importante para cualquier tipo de expedición, y uno de los principales motivos del éxito de esta. Navegaron tres días por los canales patagónicos hasta llegar a la bahía Ana Pink, donde se enfrentaron al Pacífico. Aún con mar calmo sintieron la fuerza de las olas, y la gran mayoría sufrió las consecuencias. Debido al desconocimiento del lugar, los instrumentos y las cartas náuticas eran imprecisas, y sólo la experiencia de René pudo sortear los bajos que se asomaban en la ruta.
Al cuarto día y muy cerca de su objetivo, vieron —mediante un dron— que las olas estaban corriendo. «Ni lo pensamos, nos pusimos los trajes y enseguida estábamos surfeando lo que habíamos visto hace seis años. Creíamos que era imposible, y ahí estábamos en el agua», relata Benjamín. Sentir que estaban haciendo algo que nadie había hecho antes, y vivir el clímax de la aventura, fue la mayor satisfacción en un viaje magnífico.
El buen tiempo les permitió disfrutar del buen surf, playas paradisíacas, y ver varias especies de aves, como albatros y petreles moteados. Ballenas sei, delfines australes, toninas y robustos lobos marinos también fueron parte del espectáculo, y el broche de oro lo puso una familia de orcas (dos adultos y una cría) que perseguía un lobo marino muy cerca del barco. Fue ahí, en el medio de la nada, donde saborearon la buena cocina sureña. Reponedores caldos de mariscos y cazuelas, frescos erizos y locos y sabrosos pescados fritos fueron parte de un festín interminable. También, gozaron en baños termales con impresionantes vistas, y además pudieron dimensionar cómo sobrevivieron los nativos y náufragos europeos en ese rincón del mundo. Los árboles azotados por el viento y los murallones de granito pulidos por el mar, reflejaban las destemplanzas de un clima difícil de soportar.
La comodidad que les brindó el «Noctiluca» fue la clave del éxito en la expedición. Podían surfear, salir con frío del agua, darse una ducha caliente, tomar una sopa, y salir a surfear de nuevo. Algo que quizá acampando no podrían haber hecho. «Gracias a eso pudimos cumplir nuestro objetivo: explorar, descubrir y surfear, sin tener que preocuparnos del frío u otras cosas», destaca Benja.
Quizá lo único que los impactó —no por su belleza— fue la presencia de plástico en playas donde realmente no hay nadie. «No había ninguna playa que no tuviera plástico, la marea alta estaba marcada por la basura. Había tubos grandes de salmoneras y cosas de todo el mundo, con etiquetas chinas, había de todo», cuenta Manuel. Además, el fuerte viento había arrastrado la basura cerro arriba, empañando la elegancia de los bosques de ciprés de las Guaitecas.
Sin ser surfistas profesionales, ni famosos, Benjamín, Manuel y Andrés realizaron una expedición que muchos aficionados y deportistas amateur han soñado alguna vez. «Somos personas como cualquiera, que nos motivamos, investigamos, y logramos hacer una expedición deportiva que puede ser una de las mayores que se han hecho en Chile en términos de explorar la Patagonia», asegura Andrés.
Además de surfear, pasear en stand-up paddle y explorar el entorno, tuvieron tiempo para buscar la Cueva Infernal. Vieron grandes cavernas en el litoral, y si bien encontraron una similar a la descrita por Miguel de Goicueta, no pueden asegurar que sea esa. Robin Westcott no pudo confirmar ni desmentir el mito, pero pudo apreciar la geografía del lugar y entender las innumerables historias de naufragios y leyendas que envuelven a este escondido lugar del Pacífico Sur. Ahora, a Benjamín, Manuel y Andrés solo les queda decidir si volver a la península de Taitao o buscar un nuevo destino para vivir otra experiencia deportiva inédita en la naturaleza más salvaje.
Reflexiones
Si bien para surfear el oleaje es el factor más importante, en este caso el clima fue el factor determinante para el éxito de la expedición. Al navegar en la costa patagónica expuestos al pacifico, la ventana de buen tiempo fue lo que determino la partida. En el caso de enfrentarse con una tormenta en la península los riesgos eran muy altos, impidiendo navegación y obligándolos a quedarse resguardados hasta que se calme.
En toda expedición de este tipo siempre existe la posibilidad de no encontrar lo que uno busca, no importa cuanto esfuerzo o tiempo uno le dedique. Dentro del equipo estaban todos consientes que existía el escenario de llegar a la península y no encontrar la ola que tanto se buscaba. Pero es aquí donde se resalta el espíritu del explorador donde uno tiene que tomar riesgos o nunca sabrá lo que puede encontrar.
“Siempre supimos que podríamos llegar hasta la península y no encontrar la ola, o simplemente no lograr llegar a la península si nos enfrentábamos con mal tiempo, pero ya el viaje en sí sabíamos que sería una experiencia única por lo que valía la pena arriesgarnos” , dice Manuel.